El alcalde de Valladolid mantiene su postura: solo banderas oficiales ondearán en los balcones del Ayuntamiento, incluso tras una sentencia que avala la legalidad de mostrar enseñas como la LGTBIQ+.
El alcalde de Valladolid, Jesús Julio Carnero, ha reafirmado su decisión de mantener únicamente las banderas oficiales en el balcón del Ayuntamiento, descartando así la posibilidad de colgar cualquier otro símbolo, incluida la bandera LGTBIQ+. La declaración llega justo después de que el Tribunal Supremo avalara que las instituciones públicas pueden exhibir banderas no oficiales, sin vulnerar por ello el principio de neutralidad institucional.
«No habrá ningún tipo de enseñas en ningún sentido», insistió Carnero, al ser preguntado sobre el tema. Y lo dijo con claridad: su política se aplicará «por igual al movimiento LGTBI como a la Semana Santa».
El fallo judicial abre la puerta, pero el Ayuntamiento no la cruza
La resolución del Tribunal Supremo se suma a las decisiones previas del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 3 de Valladolid y del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL). Todas coinciden en que colocar banderas como la LGTBIQ+ en balcones oficiales no contraviene la neutralidad institucional. Sin embargo, desde el consistorio vallisoletano, la respuesta sigue siendo un no.
La postura del alcalde se presenta como una interpretación estricta de esa “neutralidad”, limitando el espacio público institucional a los símbolos oficiales. Pero no todas las personas lo ven igual.
Compromiso simbólico vs. compromiso político
Según Carnero, el movimiento LGTBIQ+ “sabe del compromiso del alcalde y del equipo de Gobierno” con el Día del Orgullo. Sin embargo, muchas veces los gestos simbólicos tienen tanto peso como las políticas concretas. Colocar una bandera puede ser una forma poderosa de reconocer a una parte de la ciudadanía que históricamente ha sido marginada.
¿Es suficiente decir que hay compromiso sin mostrarlo de forma visible? ¿O estamos ante una oportunidad perdida para reivindicar, desde las instituciones, la diversidad que ya forma parte de nuestra sociedad?
No es solo una bandera
Para muches, la bandera arcoíris representa mucho más que una orientación sexual o una identidad de género. Es un símbolo de lucha, de memoria y de orgullo. Por eso, su presencia —o ausencia— en lugares oficiales puede interpretarse como una señal clara del lugar que ocupa la diversidad en las prioridades políticas de cada administración.
En ciudades como Madrid, Barcelona o Sevilla, los edificios públicos se han llenado de color en fechas señaladas, enviando un mensaje directo de apoyo a la comunidad LGTBIQ+. En otras, como Valladolid, el debate sigue abierto.
¿Neutralidad o invisibilización?
Aquí es donde entramos en terreno delicado. Porque, si bien es legítimo que un gobierno elija qué símbolos mostrar, también es necesario preguntarse: ¿a quién se deja fuera con esas decisiones?
La neutralidad institucional no debería significar negar la realidad social. Y, en ese sentido, excluir la visibilidad de la diversidad afectivo-sexual puede interpretarse como un paso atrás. Hay quien se pregunta si esta supuesta “neutralidad” no termina siendo, en la práctica, una forma de invisibilización.
¿Y si el problema es otro?
Algunxs críticxs apuntan a que este tipo de decisiones no siempre responden a una defensa pura de la legalidad o la neutralidad, sino a estrategias políticas más profundas. ¿Es posible que evitar símbolos como la bandera LGTBIQ+ sea una forma de no incomodar a ciertos sectores más conservadores del electorado? ¿O se trata, simplemente, de un miedo a abrir un debate que va más allá de lo simbólico?
Sea como sea, lo cierto es que estamos ante una conversación que aún tiene muchas aristas por explorar. Porque visibilizar no es imponer. Y respetar la diversidad tampoco debería ser opcional.