Una palabra, muchas heridas
La lengua puede acariciar, pero también puede golpear. Esta semana, la teniente de alcalde de Medina del Campo, y por casualidad derechista, Olga Eugenia Mohíno Andrés, se refirió al colectivo LGTBIQ+ como “la purrela”, una palabra que no aparece con frecuencia en titulares, pero que ha hecho saltar todas las alarmas.
El PSOE ha denunciado estos hechos como delito de odio, y no es para menos. Pero más allá de lo judicial, conviene detenernos en lo semántico, lo simbólico y lo social. ¿Qué significa exactamente purrela? ¿Por qué duele tanto? ¿Y qué nos dice este episodio sobre la normalización del desprecio?
¿Qué significa “purrela”?
Purrela es una palabra coloquial y despectiva que se utiliza para referirse a algo o alguien considerado basura, de baja calidad o sin valor. En algunos contextos, también puede usarse como sinónimo de “chusma”, “gentuza” o “escoria”.
No es una palabra técnica. Figura en el diccionario de la RAE con esa connotación, y además, su uso popular la convierte en un término de carga violenta, con fuerte carga clasista y despreciativa. Su uso en discursos públicos delata el odio con el que somos tratados las personas que no responden al canon establecido por ellos, incluso cuando no se acompaña de amenazas explícitas.
¿Qué implica que se utilice para referirse al colectivo LGTBIQ+?
Cuando un cargo público califica a la comunidad LGTBIQ+ como “purrela”, está haciendo algo más que lanzar un insulto. Está:
- Deshumanizando a un grupo social completo.
- Minimizando o ridiculizando una lucha histórica por los derechos civiles.
- Normalizando el desprecio institucional.
Este tipo de declaraciones no ocurren en el vacío. Llegan en un contexto de discursos de odio crecientes, retrocesos legislativos y ataques en redes sociales y espacios públicos. Que alguien con poder político se refiera a la diversidad como basura es grave. Que lo haga sin consecuencias, lo es aún más.
Lo que duele no es solo la palabra, sino su eco
Llamar “purrela” al colectivo LGTBIQ+ es replicar siglos de exclusión con una sola palabra. Es mirar a personas que han sobrevivido a agresiones, discriminación y silencio, y decirles: “No valéis nada”. Es negar su humanidad y su historia.
Y lo más inquietante es que esto no ocurre desde la barra de un bar, sino desde una institución democrática.
La respuesta del PSOE y el contexto legal
Tras la declaración, el PSOE de Castilla y León ha interpuesto una denuncia por delito de odio, argumentando que las palabras de la teniente de alcalde “fomentan el desprecio y la hostilidad contra un colectivo vulnerable”.
El artículo 510 del Código Penal español castiga con penas de prisión los actos que inciten al odio, la violencia o la discriminación por motivos de orientación sexual o identidad de género, entre otros. ¿Encajará esta declaración en esa figura legal? Eso lo decidirán los tribunales.
Pero mientras tanto, la responsabilidad política y social debería ser inmediata.
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¿Libertad de expresión o discurso de odio?
Aquí hay debate. Hay quien defiende que declaraciones como esta son “opiniones personales” amparadas por la libertad de expresión.
Sin embargo, la libertad de expresión no es ilimitada, y menos aún cuando se utiliza para denigrar a colectivos históricamente discriminados. El derecho a opinar no incluye el derecho a insultar, discriminar o incitar al desprecio.
Y cuando quien lo dice tiene poder político, el daño se multiplica, por tanto la pena se debe multiplicar y ser ejemplificadora.
Un silencio que también duele
Más allá de la frase, otro aspecto inquietante de este caso es el silencio institucional. Ni el Ayuntamiento de Medina del Campo ni otras figuras públicas del entorno del concejal han emitido una condena firme.
Esa falta de reacción pública envía un mensaje peligroso: que este tipo de comentarios pueden pasar sin consecuencias. Que la homofobia o transfobia disfrazadas de opinión no son tan graves. Que “purrela” es solo una palabra.
Pero no lo es. Porque cada palabra construye mundo. Y esta, en concreto, construye uno más hostil para muchas personas.
¿Qué hacemos frente a esto?
Desde la comunidad LGTBIQ+, no podemos permitir que el odio se normalice. Algunas acciones necesarias son:
✔️ Visibilizar estos discursos, nombrarlos y denunciarlos públicamente.
✔️ Pedir responsabilidades políticas, no solo jurídicas.
✔️ Educarnos y educar sobre cómo opera el discurso de odio.
✔️ Cuidarnos entre nosotres, generando redes de apoyo y espacios seguros.
✔️ Defender el lenguaje como herramienta de dignidad, no de desprecio.
¿Y si normalizamos el desprecio como “parte del debate político”?
Hay una pregunta incómoda que debemos hacernos: ¿cuánto odio estamos dispuestes a tolerar en nombre de la pluralidad? Si convertimos en aceptable llamar “purrela” a una comunidad entera, ¿dónde ponemos el límite? ¿Qué legitimamos sin darnos cuenta?
Quizás la gran trampa del discurso de odio contemporáneo no está en los gritos, sino en los silencios que lo permiten. En las sonrisas que lo justifican. En los “no es para tanto” que lo encubren.
“Purrela” no es solo una palabra. Es una piedra envuelta en sílabas. Es una forma de violencia que parece pequeña, pero deja marcas profundas.
Como medio LGTBIQ+, desde Revista Rainbow decimos alto y claro: no somos purrela. Somos diversidad, dignidad y resistencia. Y cada vez que alguien intente borrarnos con insultos, responderemos con palabras que construyen, visibilizan y sanan.
Y desde aquí, le decimos directamente a la señora Olga Eugenia Mohíno Andrés:
NO QUEREMOS SU TOLERANCIA, EXIGIMOS SU RESPETO.