¿Qué significa formar parte del colectivo LGTBIQ+ y, al mismo tiempo, ser una persona sorda? ¿Cómo se vive esa doble pertenencia en un mundo que sigue sin escuchar ni ver del todo? Hablemos de accesibilidad, orgullo y comunidad.
Vivir entre dos mundos… o en uno propio
Imagina que entras a una charla sobre diversidad sexual y de género, pero no hay intérprete. O que asistes a una manifestación del Orgullo, y no puedes acceder a lo que se grita, a lo que se canta, a lo que se reivindica.
Ahora imagina que además de eso, muchas veces tampoco te sientes entendide dentro de la comunidad sorda. Porque, claro, ser LGTBIQ+ sigue siendo un tabú en muchos entornos. Especialmente si hablamos de personas trans, no binarias o intersex.
Para muches, ser sorde y queer es vivir entre mundos que no siempre se cruzan. Pero también es crear uno nuevo, propio, donde ambas identidades puedan florecer sin tener que esconderse o explicarse todo el rato.
Doble invisibilidad
La invisibilidad no es solo no estar en la portada. Es que no cuenten contigo. Que no piensen en ti cuando se diseña una campaña, un evento o un contenido. Que no haya subtítulos, ni intérprete de lengua de signos, ni espacios seguros.
La comunidad sorda LGTBIQ+ vive una doble (o triple) exclusión: por su orientación o identidad, y por su forma de comunicarse.
Y no es que no existan personas sordas queer. Todo lo contrario. Pero muchas veces están apartadas de los espacios de referencia del colectivo, ya sea por barreras comunicativas o por falta de representación.
Lengua de signos y orgullo: mucho más que comunicación
La lengua de signos no es una versión simplificada del español. Es una lengua completa, rica, con su propia gramática y cultura. Para las personas sordas, no es solo una herramienta: es una forma de estar en el mundo.
Y sí, también hay una forma queer de habitarla. Existen expresiones propias, juegos visuales, signos relacionados con la identidad, el deseo y el cuerpo. El orgullo LGTBIQ+ también se signa, también se celebra con las manos, con el cuerpo, con la mirada.
¿Te has parado a pensar cómo sería una marcha del Orgullo con visuales adaptados, pancartas en lengua de signos o espectáculos con interpretación en LSE? No es solo accesibilidad. Es reconocimiento.
Barreras dentro del colectivo
La falta de accesibilidad no es el único obstáculo. Dentro del propio colectivo LGTBIQ+, todavía hay mucho desconocimiento sobre la realidad sorda. Algunas personas creen que basta con escribir cosas en el móvil. O que no pasa nada si no hay intérprete “porque pueden leer los labios”.
(Spoiler: no, no todes pueden. Y sí, es agotador).
También hay actitudes capacitistas que siguen presentes: desde el paternalismo hasta la idea de que una persona sorda “no podrá entender ciertas cosas”.
Y eso duele. Porque el colectivo, que debería ser hogar y refugio, a veces también reproduce exclusión.
¿Qué significa ser visible?
Para una persona sorda queer, la visibilidad no pasa solo por salir del armario. Pasa por estar en la conversación. Por poder participar, debatir, reírse en grupo sin perderse la mitad.
Pasa por tener referentes. Ver a una persona sorda, racializada y bisexual en una serie. O a una activista trans sorda en una mesa redonda. O a una drag queen sorda triunfando en redes con contenido signado.
La visibilidad cambia vidas. Porque cuando ves a alguien como tú, entiendes que tú también puedes estar ahí. Que tienes derecho a ocupar espacio.
Cosas que se pueden (y deben) hacer
No todo está perdido. Hay cosas muy concretas que desde el colectivo LGTBIQ+ podemos empezar a mejorar:
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Incluir intérpretes de LSE en eventos y charlas
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Subtitular todos los contenidos en redes, vídeos, reels, etc.
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Colaborar con activistas sordes para diseñar campañas más inclusivas
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Formarse y sensibilizarse en comunidad sorda, sin caer en el tokenismo
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Crear espacios mixtos y seguros donde ambas culturas convivan
Pequeños gestos hacen una gran diferencia. No hay que ser experte en LSE para empezar a incluir. Solo hay que tener voluntad, empatía y humildad.
¿Y qué pasa con las identidades múltiples?
A veces la interseccionalidad complica aún más la cosa. Porque hay personas sordas que, además, son trans, racializadas, neurodivergentes o migrantes. Y ahí las capas de discriminación se entrelazan de forma brutal.
¿Quién escucha sus voces? ¿Quién les representa? ¿Quién piensa en elles cuando se habla de inclusión?
La accesibilidad no puede ser un añadido, ni una opción, ni un gesto simbólico. Tiene que ser una prioridad transversal. O no será real.
Una mirada crítica: ¿se está haciendo suficiente?
Algunas organizaciones LGTBIQ+ aseguran que ya están trabajando la inclusión de personas con discapacidad, pero en la práctica muchas de esas acciones son superficiales. Eventos donde el intérprete es anecdótico, materiales traducidos a medias, o campañas que no consultan a personas sordas reales.
Y, por otro lado, dentro de ciertas asociaciones de personas sordas, aún cuesta hablar abiertamente de sexualidad, género o diversidad afectiva.
Hay avances, sí. Pero también hay muchas asignaturas pendientes.
Conclusión: las manos también gritan orgullo
La lucha por los derechos LGTBIQ+ debe ser, necesariamente, una lucha accesible. Si no, ¿para quién estamos luchando?
Las personas sordas queer existen, resisten y transforman. Están creando cultura, activismo, espacios de cuidado y de reivindicación desde una mirada propia.
Y merecen estar en el centro. No como excepción, sino como parte imprescindible del todo.
Quizás la próxima vez que pensemos en diversidad, deberíamos preguntarnos: ¿a quién no estamos escuchando? ¿A quién no estamos viendo?
Porque un orgullo que no incluye, no es realmente orgullo.