Cuando hablamos de arte queer, muches piensan directamente en Keith Haring, en los retratos subversivos de Claude Cahun o en la fotografía transgresora de Del LaGrace Volcano. Pero lo cierto es que las expresiones LGTBIQ+ en el arte no son algo “moderno” ni exclusivo de los siglos XX y XXI. Desde los frescos de la Antigua Roma hasta las instalaciones contemporáneas, la historia del arte está llena de matices, deseos no normativos y miradas fuera del binarismo. ¿Te apetece un viaje por el arcoíris del arte a lo largo del tiempo?
Primeras huellas: arte queer en la antigüedad
Sí, incluso en tiempos en los que las etiquetas gay, trans o no binarie ni existían, ya había representaciones que, vistas con los ojos de hoy, podemos leer como queer. La Antigua Grecia, por ejemplo, nos dejó esculturas y cerámicas que retrataban relaciones homoeróticas sin tapujos. El amor entre hombres era parte de la vida pública y privada, y artistas como Fidias o Praxíteles no lo ocultaban.
En Egipto también encontramos representaciones intrigantes, como la pareja de funcionarios Niankhkhnum y Khnumhotep, enterrados juntos en lo que muches consideran una tumba de “esposos”. ¿Fueron pareja? ¿Hermanos? Nunca lo sabremos con certeza, pero su iconografía es sugerente.
Edad Media: entre la represión y los símbolos ocultos
La Edad Media fue, sin duda, un periodo complejo para las expresiones disidentes. La moral cristiana dominaba el panorama artístico, y la visibilidad queer se convirtió en algo peligroso. Pero eso no quiere decir que desapareciera. En los márgenes de los manuscritos iluminados, en los símbolos alquímicos o incluso en algunas representaciones religiosas, se pueden leer dobles sentidos, cuerpos andróginos y metáforas queer escondidas entre líneas.
¿Estaban les artistas de la época siendo subversives a propósito? ¿O simplemente reflejaban lo diverso de la condición humana sin pretender etiquetas? Aquí empieza esa zona ambigua en la que el arte permite resistencias silenciosas, incluso bajo censura.
Renacimiento y barroco: el deseo disfrazado
El Renacimiento trajo consigo una explosión de interés por el cuerpo humano, el placer y la belleza. Y aunque las normas sociales seguían castigando la disidencia sexual y de género, algunos artistas aprovecharon la excusa mitológica o religiosa para explorar el deseo homoerótico.
Leonardo da Vinci, por ejemplo, fue acusado de sodomía en su juventud, y sus dibujos anatómicos y retratos masculinos destilan una sensibilidad queer. Caravaggio, por su parte, convirtió a jóvenes de la calle en modelos para sus santos y figuras bíblicas, dotándolos de una carga erótica que todavía hoy incomoda a algunes.
En el arte de esta época, lo queer no se muestra de forma directa, pero sí late en las miradas, los gestos y las tensiones invisibles.
Siglo XIX: la lucha por salir del armario artístico
A medida que el siglo XIX avanzaba, comenzaron a emerger artistas que, sin decirlo abiertamente (porque no podían), dejaban pistas sobre su identidad y sus afectos. Oscar Wilde fue un ejemplo paradigmático: escritor más que pintor, pero rodeado de artistas afines como Aubrey Beardsley, cuyas ilustraciones extravagantes y sensuales desafiaban las normas de género de la época.
También vemos a fotógrafos como Wilhelm von Gloeden, cuyas imágenes de jóvenes sicilianos medio desnudos se presentaban como “clásicas” pero tenían una evidente carga homoerótica.
Este fue un siglo de dobles sentidos, de códigos ocultos, pero también de una incipiente afirmación queer en el arte.
Siglo XX: explosión, visibilidad y reivindicación
Con el siglo XX llegaron las revoluciones sociales y, con ellas, el arte queer empezó a dejar de esconderse. En los años 20 y 30, movimientos como el dadaísmo y el surrealismo ofrecieron espacios para las identidades no normativas. Claude Cahun, por ejemplo, jugó con el género en sus autorretratos, desafiando la mirada patriarcal y binaria.
La segunda mitad del siglo fue aún más potente. El arte queer se convirtió en una forma de activismo. La crisis del VIH/SIDA en los años 80 movilizó a artistas como David Wojnarowicz o Félix González-Torres, que usaron su obra para denunciar, llorar y resistir.
Y no podemos olvidarnos del arte drag, que explotó en clubs underground y luego se volvió mainstream. Desde Divine hasta RuPaul, pasando por miles de performers anónimes, el drag se consolidó como una forma de expresión artística queer por derecho propio.
Siglo XXI: diversidad, interseccionalidad y nuevos medios
Hoy el arte queer es más visible que nunca. Galerías, museos y festivales incluyen cada vez más propuestas de artistas LGTBIQ+, y no solo desde una mirada blanca, masculina y gay, sino también interseccional: racializada, trans, migrante, neurodivergente…
Artistas como Zanele Muholi, Paul Mpagi Sepuya, Alok Vaid-Menon o Coco Guzmán exploran el cuerpo, la identidad y la disidencia desde múltiples ángulos. También lo hacen a través de nuevos medios: instalaciones, performance, arte digital, realidad aumentada…
Además, internet y las redes sociales han democratizado el acceso y la producción artística, permitiendo que muches creadores puedan compartir su trabajo sin depender de instituciones conservadoras. Eso sí, también se enfrentan a la censura digital, los algoritmos moralistas y la homofobia 2.0.
¿Y si el arte queer no fuera tan queer?
Aunque nos encante celebrar el arte queer, también vale la pena preguntarnos: ¿no estamos a veces proyectando nuestras categorías actuales sobre obras del pasado? ¿Hasta qué punto podemos hablar de “arte queer” en contextos donde ese concepto ni existía? Además, hay quien critica que ciertas instituciones se apropian del arte LGTBIQ+ como gesto simbólico, pero siguen siendo excluyentes en sus políticas internas. ¿Visibilidad real o pinkwashing cultural?
Reflexiones para el futuro
El arte queer no es un estilo, ni un tema, ni una técnica. Es una forma de ver, de estar en el mundo, de desafiar normas y crear nuevas realidades. Es tan diverso como nuestras identidades. No sigue reglas, y eso es precisamente lo que lo hace tan poderoso.
Así que la próxima vez que entres en un museo, te invito a mirar más allá del marco, del título, de la explicación oficial. Quizás descubras una mirada queer escondida entre los trazos. O quizás no. Pero vale la pena buscarla.