El Congreso de los Diputados, esa institución que debería ser el epicentro de la democracia y el respeto, se convirtió recientemente en escenario de un acto que ha generado indignación y reflexión. Durante un evento de Vox, un exmagistrado del Supremo optó por el humor a costa de colectivos vulnerables, desatando una ola de críticas y reabriendo el debate sobre los límites de la libertad de expresión y el respeto en el discurso público.
«Me llamo Francisca Javiera y soy mujer»: La mofa de la identidad
Francisco Javier Borrego, exmagistrado del Tribunal Superior y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, tomó la palabra con una hoja de papel arrugada en la mano. Lo que siguió fue una burla abierta a las personas trans, aludiendo a la autodefinición de identidad de género con la frase: «No me digan que me lo van a discutir porque si ustedes me lo discuten hoy me siento mujer, me llamo Francisca Javiera y soy mujer. No me lo discutan, que les llevo por delito de odio a un tribunal». Ante la risa de le presentes, concluyó: «Han respetado mi identidad de género que transitoriamente en dos segundos he manifestado».
Esta intervención, lejos de ser un comentario aislado, se enmarca en un contexto donde los derechos de las personas trans y de toda la comunidad LGTBIQ+ son constantemente cuestionados y atacados. ¿Realmente es aceptable que en un foro público, la identidad de una persona se convierta en objeto de burla? ¿Qué mensaje enviamos como sociedad cuando permitimos que discursos así se normalicen?
El «calvario» masculino y la tergiversación de datos
El acto de Vox no se limitó a las mofas contra las personas trans. El partido de extrema derecha arremetió contra la Ley Integral contra la Violencia de Género, argumentando que implica un «calvario» para «tantísimos hombres» debido a la gran cantidad de denuncias falsas. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de sustento en los datos.
Es fundamental recordar que los informes del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) desmienten rotundamente esta narrativa. En 2023, de las más de 199.000 causas que pasaron por los tribunales, solo el 0,0010% se correspondieron con denuncias falsas. Estos datos ponen en evidencia la desconexión de ciertos discursos con la realidad y la alarmante tendencia a desinformar a la población para sostener posturas ideológicas. ¿Por qué se persiste en negar la existencia de una violencia sistémica contra las mujeres y se opta por culpar a las víctimas?
Más allá de la burla: Ataques a otros colectivos
La intervención del exmagistrado Borrego también incluyó otros ataques y mofas:
- Open Arms: Criticó a la ONG Open Arms, refiriéndose a su labor como la de un «barco negrero».
- Matrimonio homosexual: Ironizó sobre la redacción de la ley que permitió el matrimonio igualitario, poniendo en tela de juicio el orden en que se mencionan los matrimonios entre personas del mismo sexo y entre distintas.
- Mofa a Zapatero: Se puso en pie para burlarse del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero por haber recibido la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort.
La diputada de Vox, Rocío Aguirre, al finalizar la intervención de Borrego, le agradeció sus palabras, afirmando: «Muchas gracias, Javier. La verdad es que hay veces que hay que reírse un poco con estos temas tan serios y tan complicados. Siempre viene bien un poquito de humor».
Esta declaración plantea una pregunta crucial: ¿Dónde está el límite del humor? ¿Es ético reírse de la vulnerabilidad, de la existencia de otros, de la lucha por la igualdad? El humor puede ser una herramienta poderosa, pero nunca debe usarse para trivializar la discriminación o el sufrimiento ajeno. Reflexionemos sobre el impacto de estas palabras en la vida de las personas LGTBIQ+, en las mujeres víctimas de violencia de género, y en todes aquelles que son objeto de discursos de odio. ¿Creemos que este tipo de «humor» contribuye a una sociedad más justa y respetuosa?