A estas alturas del partido, no sorprende que ciertos discursos políticos intenten rebajar —o directamente borrar— la existencia de la comunidad LGTBIQ+. Pero cuando esas palabras llegan desde un líder como Santiago Abascal, no podemos mirar hacia otro lado. Esta vez, las declaraciones no solo han sido desafortunadas: han sido peligrosas. Por eso, COGAM y AEGAL han decidido no callar. Y aquí estamos para sumar voz, no para hacer ruido, sino para poner sobre la mesa algo muy sencillo: la verdad.
“Ya tenéis los mismos derechos”
Es uno de esos argumentos que, a primera vista, suena justo. Pero basta rascar un poco para que se caiga por su propio peso. Sí, hay leyes que protegen a las personas LGTBIQ+. Pero ¿y si la ley no se aplica? ¿Y si no llega a quien más la necesita?
En 2024 se registraron más de 450 delitos de odio por orientación sexual o identidad de género en España. Esos delitos no se cometen en el vacío: nacen de un clima que normaliza el desprecio y la exclusión. Un clima donde la igualdad es solo una promesa escrita en papel. Porque tener derechos no es lo mismo que poder ejercerlos sin miedo.
“El Orgullo molesta”
Molesta, ¿a quién? ¿A quienes no soportan ver que la diversidad existe y se celebra? Porque lo que de verdad molesta no es el Orgullo, sino lo que representa: visibilidad, memoria, resistencia.
Madrid acoge cada año uno de los Orgullos más grandes del mundo. Y lejos de ser una “molestia”, es un motor económico, cultural y humano para la ciudad. Apartarlo del centro no es una cuestión logística: es simbólica. Es un intento de devolvernos al armario. Y eso no va a pasar.
“Uniones civiles sí, matrimonio no”
Volver a esta conversación en 2025 es como retroceder en el tiempo. El matrimonio igualitario no es un capricho: fue, y sigue siendo, una conquista. Negarnos la palabra “matrimonio” es negar nuestra humanidad. Es decir que nuestras familias valen menos. Que nuestro amor tiene que conformarse con la sombra de lo que otros disfrutan a plena luz.
La igualdad no admite adjetivos. O es igualdad, o no lo es.
“Muchos gays acabarán votando a Vox”
Aquí la estrategia es clara: dividir para vencer. Pero el colectivo LGTBIQ+ no es un bloque monolítico, ni un objeto de propaganda. Decir que muchas personas queer acabarán votando a quien niega su existencia es, como poco, manipulador.
No se puede pedir respeto mientras se siembra odio. Y desde luego, no se puede representar a quien no se quiere ver.
“Hay que proteger a los menores”
Totalmente de acuerdo. Pero proteger no significa silenciar, esconder, negar. La infancia LGTBIQ+ existe. Y necesita referentes, espacios seguros, una escuela que no les dé la espalda. Invisibilizarles no les hace más fuertes. Les hace más vulnerables.
Educar en diversidad salva vidas. El silencio, no.
¿Qué hay detrás del discurso?
Una de las estrategias más habituales de la ultraderecha es disfrazar la intolerancia de sentido común. Se enarbolan palabras como “libertad”, “familia” o “protección” para justificar la exclusión. Pero, ¿libertad para quién? ¿Familia bajo qué modelo? ¿Protección de qué y de quién?
Cuando desde el poder se emiten mensajes como estos, el daño no es solo simbólico. Se legitima el acoso escolar. Se valida el discurso de quienes agreden. Se desmantelan años de trabajo por la igualdad real.
La respuesta: firme, documentada y esperanzadora
Desde COGAM y AEGAL no han entrado al barro. Han respondido con datos. Con hechos. Con una postura clara y serena. Han recordado que aún hay muchas personas trans en desempleo. Que muchas personas mayores LGTBIQ+ siguen sin poder vivir su verdad. Que los delitos de odio no han dejado de aumentar.
Y lo han hecho sin victimismo. Con dignidad. Recordando que la diversidad no divide, sino que enriquece. Que el futuro se construye desde el respeto, no desde el miedo.
¿Puede un discurso político hacer daño?
Sí. Porque las palabras no son inocentes. Y cuando vienen desde el púlpito del poder, se convierten en armas. ¿Qué mensaje recibe una niña lesbiana cuando escucha en la tele que su existencia molesta? ¿Cómo se siente un chico trans al saber que su derecho a existir está en entredicho por quienes hacen las leyes?
El problema no es solo Abascal. El problema es el silencio que lo acompaña. El problema es normalizar la violencia verbal. El problema es mirar a otro lado cuando se siembra odio con corbata y micrófono.
No tenemos todas las respuestas. Pero sí sabemos esto: cada vez que alguien cuestiona nuestros derechos, debemos responder con más fuerza, más visibilidad, más amor. No por venganza, sino por justicia. Porque vivir sin miedo no debería ser un privilegio, sino un derecho para todes.
¿Hasta cuándo se van a permitir discursos de odio en horario de máxima audiencia, amparados por siglas políticas, sin consecuencias legales ni sociales?
No es suficiente con indignarse. Hay que actuar. Desde los medios, desde las aulas, desde las calles. Hay que votar. Hay que educar. Hay que contar nuestras historias. Porque si algo hemos aprendido, es que la visibilidad transforma. Y que la única manera de vencer al odio es seguir viviendo con orgullo, con verdad y con dignidad.



