Cuando pensamos en Malta, lo primero que suele venirnos a la mente son sus paisajes, su historia y ese mar que cambia de azul a turquesa según la luz del día. Pero hay algo que a menudo pasa desapercibido y que, en realidad, es la puerta más directa para conocer el alma del archipiélago: su gastronomía.
La cocina maltesa es mezcla, memoria y frescura. Una forma de viajar a través de los sentidos y conectar con siglos de intercambio cultural en el Mediterráneo. El verano, con sus mercados vibrantes y sus terrazas abiertas hasta la noche, es la mejor época para descubrirla.
Marsaxlokk: sabor a mar en estado puro
Si hay un lugar que resume la relación de Malta con el mar, ese es Marsaxlokk. Este pequeño puerto pesquero al sureste de la isla cobra vida cada domingo, cuando los puestos se llenan de pescado y marisco recién capturados.
El protagonista indiscutible es el lampuki, un pez de temporada que suele servirse frito o en guiso. Comerlo en una de las tabernas junto al puerto, con los tradicionales barcos luzzu de fondo, es casi un ritual. ¿Es el sabor del verano maltés? Posiblemente sí.
Mdina: tradición entre murallas
La antigua capital, conocida como la “Ciudad del Silencio”, invita a perderse entre calles de piedra y a detenerse en alguna de sus pequeñas cafeterías. Aquí los pastizzi —hojaldres rellenos de ricotta o guisantes— son una parada obligatoria.
No es solo la comida. Es el ambiente de estar rodeade de siglos de historia mientras el crujido de un bocado conecta pasado y presente. ¿Quién diría que algo tan sencillo puede contar tanto de un país?
Gozo: el corazón quesero de Malta
Si buscas un sabor más rural, la isla de Gozo guarda un tesoro en forma de queso artesanal: el Ġbejniet. Elaborado con leche de cabra u oveja, se presenta fresco, curado o incluso aromatizado con pimienta y hierbas.
Visitar una quesería local no es solo degustar, es observar cómo manos expertas siguen técnicas que se transmiten de generación en generación. Y si se acompaña con un vino gozitano, la experiencia se transforma en un brindis a la tierra misma.
Restaurantes frente al mar
En zonas urbanas como Sliema o St. Julian’s, la propuesta es distinta pero igual de sugerente. Restaurantes situados en edificios históricos o con terrazas mirando al puerto ofrecen platos de pescado a la parrilla, pastas con productos locales y pulpo tierno.
La experiencia aquí no se reduce a la comida. Es escuchar el bullicio del puerto, ver cómo cae la tarde sobre el Mediterráneo y sentir que cada comida es también un paisaje.
Vinos que cuentan historias
Malta también sorprende por sus vinos, quizá menos conocidos fuera de la isla. Uvas autóctonas como la Ġellewza o la Girgentina dan lugar a caldos singulares que reflejan la identidad mediterránea del archipiélago.
Las bodegas locales organizan catas y visitas guiadas que permiten descubrir la relación íntima entre tierra, clima y tradición. Y aquí surge la pregunta: ¿qué mejor manera de entender un país que compartiendo una copa de vino con su gente?
Un verano para saborear Malta
La gastronomía en Malta no es solo una cuestión de platos típicos, sino una forma de vivir el presente conectando con el pasado. Cada mercado, cada bocado y cada copa de vino ofrecen pistas sobre quiénes somos cuando nos sentamos a la mesa.
Quizás la mejor manera de despedir el verano sea esa: dejar que Malta nos cuente su historia a través de lo que comemos.