A veces las historias más potentes no empiezan en un gran escenario, sino en un lugar donde el futuro parece reducido a sobrevivir el día a día. Óscar Bonifacino, boxeador profesional uruguayo de 21 años y el primer abiertamente gay de Latinoamérica, sabe bien lo que es luchar, y no solo contra sus rivales en el ring.
Debutó como profesional hace apenas unos meses, pero su nombre ya resuena más allá del deporte. En junio participó en el festival KO a las Drogas, organizado por la Asociación Mundial de Boxeo en Buenos Aires. No fue su primera victoria, pero sí uno de esos momentos que marcan carrera: subió al cuadrilátero luciendo una faja con los colores de la bandera arcoíris. No lo hizo para provocar, sino para decir en voz alta algo que durante años calló: es gay, y no tiene intención de esconderlo.
De una infancia dura a un sueño en el ring
Creció en el asentamiento Mario Benedetti, en Maldonado, en un hogar marcado por la violencia y la ausencia de afecto. “Nunca tuve el cariño de mi familia”, reconoce. En la adolescencia, la inseguridad y el dolor lo llevaron a tomar caminos peligrosos, hasta que su cuñada Jacque lo llevó a un gimnasio. Allí, con los guantes puestos, descubrió que podía canalizar su rabia y su energía en algo que no lo destruyera.
Su progreso fue meteórico: apenas un mes después de su primer entrenamiento ya competía como amateur. La entrenadora Elizabeth Cabrera no solo afinó su técnica, también le abrió las puertas de su casa y de su confianza. Fue a ella a quien le confesó, después de mucho tiempo, que era gay. “Mi padre me pegaba para ‘enderezarme’. Yo bloqueé esa parte de mí durante años”, recuerda.
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Orgullo, libertad y golpes limpios
Desde que salió del armario, dice sentirse “feliz, completo”. Terminó su etapa amateur con un brillante récord y el segundo puesto en el Campeonato Latinoamericano Amateur del CMB en 2024. En 2025 dio el salto al profesionalismo con dos victorias consecutivas, la última en el festival porteño.
Pero para Bonifacino, ganar combates es solo parte de la misión. “Quiero que nadie tenga que ocultarse. La fuerza nace del corazón, no del miedo”, afirma. Su presencia y discurso incomodan a quienes ven el boxeo como un espacio reservado para la masculinidad más rígida. Y es precisamente ahí donde radica su impacto.
Un referente en un deporte que aún debe cambiar
Su promotor, Sampson Lewkowicz —conocido por trabajar con leyendas como Manny Pacquiao o Sergio “Maravilla” Martínez— asegura que Bonifacino tiene un futuro brillante. Más allá de los títulos, lo ve como un ejemplo de coraje para deportistas que, por miedo al rechazo, siguen ocultando quiénes son.
Perspectivas críticas: ¿cambio real o excepción puntual?
El caso de Bonifacino invita al optimismo, pero también plantea dudas. ¿Hasta qué punto su historia es señal de un cambio estructural en el boxeo y no solo una excepción que confirma la regla? La homofobia en el deporte no desaparece de un día para otro, y la visibilidad conlleva riesgos reales: desde el rechazo del público hasta el aislamiento dentro de los propios equipos. Sin un compromiso más amplio de federaciones, medios y patrocinadores, la lucha de Bonifacino podría quedarse como un gesto valiente, pero solitario.