¿Qué pasa cuando no solo eres queer? ¿Qué ocurre cuando además eres racializade, migrante, trans, con diversidad funcional o de clase trabajadora? La respuesta es: la interseccionalidad. Y sí, es más importante de lo que parece.
¿Qué es esto de la interseccionalidad?
Vale, empecemos por lo básico. La interseccionalidad no es una palabra de moda ni un concepto solo para debates académicos. Es, en realidad, una herramienta para entender la vida real.
El término lo acuñó Kimberlé Crenshaw, jurista afroamericana, para explicar cómo distintas formas de discriminación (como el racismo y el machismo) se cruzan y se intensifican cuando afectan a la misma persona. Hoy, se usa también para hablar de la experiencia LGTBIQ+ cuando se suma con otras desigualdades.
En otras palabras: no todas las personas del colectivo vivimos la discriminación de la misma manera. No es lo mismo ser un hombre gay blanco de clase media en Madrid, que ser una mujer trans migrante y sin papeles.
Cuando el “orgullo” no es igual para todes
Aunque el orgullo celebra la diversidad, hay realidades dentro del colectivo que quedan invisibilizadas. Hay cuerpos que siguen sin representarse. Voces que no llegan a escucharse. Y vidas que se viven desde los márgenes, también dentro del propio colectivo.
Porque sí, la LGTBIQfobia existe. Pero también existe el racismo, el capacitismo, la gordofobia, la transfobia dentro del propio colectivo. Y cuando todo eso se mezcla… la cosa se complica. Mucho.
La interseccionalidad nos permite ver cómo estas opresiones no actúan por separado, sino que se entrelazan, se suman y se amplifican.
¿Qué implica vivir una identidad interseccional?
Para muches, vivir desde esa intersección significa enfrentarse a:
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Mayor precariedad económica
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Peor acceso a la salud y a la vivienda
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Falta de representación en medios y políticas públicas
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Violencia múltiple (institucional, callejera, simbólica)
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Culpabilización y silencio
Y eso desgasta. No se trata solo de la “identidad”. Se trata de cómo esa identidad es leída por el entorno. Y cómo esa lectura afecta a tus oportunidades, tu bienestar y tu forma de moverte por el mundo.
Interseccionalidad en la vida cotidiana
Hablemos de ejemplos concretos:
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Una persona negra queer puede ser perfilada por la policía y sentir que no encaja en espacios LGTBIQ+ mayoritariamente blancos.
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Una persona con diversidad funcional puede encontrar barreras físicas para acceder a espacios de ocio queer y sufrir infantilización por parte de la sociedad.
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Una persona trans no blanca, migrante y sin recursos puede enfrentarse a múltiples niveles de discriminación, exclusión laboral y violencia médica.
Y la lista sigue. Porque la interseccionalidad no es un «ranking de opresiones», sino una red compleja de realidades entrelazadas.
¿Qué podemos hacer desde dentro del colectivo?
Primero: escuchar más y mejor. No todas las experiencias LGTBIQ+ son iguales, y no deberíamos aspirar a que lo sean.
Segundo: revisar nuestros propios privilegios. ¿Puedes andar por la calle de la mano con tu pareja sin miedo? ¿Tienes acceso a una terapia LGTBIQ+ afirmativa? ¿Puedes cambiarte el nombre en los documentos sin obstáculos? Si la respuesta es sí, estás en una posición desde la que puedes hacer algo por otres.
Tercero: crear espacios realmente inclusivos, no solo en lo simbólico (colores, palabras, hashtags), sino en lo concreto: accesibilidad, representación, recursos, participación activa de personas interseccionales.
El peligro de no mirar más allá
¿Y si solo hablamos de la interseccionalidad en términos teóricos, sin aterrizarla en acciones reales? ¿Y si usamos el concepto para ganar puntos de inclusión, pero no lo aplicamos de verdad en nuestros espacios?
Existe el riesgo de convertir la interseccionalidad en un adorno vacío. O peor: en una excusa para fragmentar más al colectivo.
Por eso, el reto está en mirar más allá de nuestra propia experiencia sin sentirnos atacades, y entender que la lucha no se trata solo de lo que nos pasa a nosotres, sino también de lo que permitimos que le pase a otres.
Una mirada crítica: ¿la interseccionalidad divide?
Algunas voces, incluso dentro del colectivo, cuestionan si hablar tanto de intersecciones no termina dividiendo más de lo que une. Alegan que nos fragmentamos en identidades cada vez más específicas y que eso puede diluir la fuerza del movimiento. También hay quien piensa que centrarse tanto en la identidad eclipsa otras formas de lucha política, como las económicas o ambientales.
Aunque estas críticas merecen escucharse, la interseccionalidad no busca dividir, sino visibilizar para transformar. Y reconocer que no todes partimos del mismo lugar no nos debilita. Nos hace más honestes, y por tanto, más fuertes.
¿Y ahora qué?
No hay receta perfecta. Pero sí hay una invitación: mirar al colectivo como un ecosistema de realidades diversas, no como una foto uniforme de “lo queer”.
Tal vez la verdadera revolución no sea solo salir a la calle en Pride con una bandera, sino asegurarnos de que todes —y cuando decimos todes, hablamos también de quienes están en los márgenes— tengan voz, tengan espacio y tengan derechos reales.
Pensémoslo así: si lo queer desafía la norma, también debería desafiar la comodidad de no ver al otre.
La interseccionalidad no es una moda ni un término para rellenar discursos. Es una forma urgente y necesaria de entender cómo vivimos, resistimos y nos apoyamos dentro del colectivo LGTBIQ+. Porque ser queer no se vive igual cuando eres pobre, racializade, trans, neurodivergente o migrante. Y si queremos un futuro realmente inclusivo, tendremos que aprender a mirar con más de un solo lente.