¿Te cuesta confiar? ¿Te sientes fuera de lugar en tu trabajo aunque estés rodeade de personas amigables? Tal vez no sea solo timidez. El trauma del bullying en la infancia LGTBIQ+ tiene raíces profundas y a menudo invisibles.
Infancias marcadas por el miedo
La mayoría de nosotres no necesitamos grandes explicaciones para saber qué se siente que te insulten por cómo andas, hablas o te vistes. A muches nos criaron en entornos escolares hostiles donde ser diferente era motivo de burla, castigo o aislamiento. El bullying hacia personas LGTBIQ+ no es “una etapa” que se supera al crecer. Es violencia. Y como toda violencia, deja heridas.
No hablamos solo de que te hicieran sentir raro por llevar una camiseta con lentejuelas. Hablamos de años acumulados de inseguridad, rechazo, agresiones verbales (o físicas), y una profunda sensación de “estar mal”. Eso, según múltiples estudios, puede desembocar en un trastorno de estrés postraumático complejo.
¿Qué es el estrés postraumático complejo?
No es solo tener un mal recuerdo. Es vivir con el cuerpo y la mente en alerta, como si el peligro siguiera ahí, aunque ahora tengas 30 años y estés tomando café en la oficina.
Las personas LGTBIQ+ que sufrieron bullying en la infancia pueden desarrollar este tipo de trauma crónico, que se manifiesta en dificultades para confiar, para poner límites, o incluso para sentir placer al socializar. No es casualidad que muches sigamos arrastrando ansiedad social, hiperexigencia, o un miedo irracional a “molestar”.
En el entorno laboral: la herida se disfraza de “fobia social”
Imagina esto: llegas a una reunión, tienes ideas brillantes pero no te atreves a hablar. O te cuesta conectar con tu equipo, aunque deseas formar parte. O piensas que van a descubrir que “eres un fraude”. No estás solx.
Muchas personas queer que fueron víctimas de acoso escolar sienten que el trabajo es solo otra versión del patio del colegio. Un espacio donde toca “actuar normal”, evitar llamar la atención y encajar. Pero ese esfuerzo constante genera cansancio emocional. Y sí, puede derivar en síndrome del impostor, burnout, y aislamiento laboral.
Y en lo social… ¿por qué me siento tan diferente?
Las consecuencias del bullying no se quedan en el trabajo. En la vida social adulta, este trauma se traduce en:
-
Dificultad para hacer nueves amigues
-
Miedo al rechazo constante
- Advertisement - -
Tendencia al aislamiento
-
Hipervigilancia en espacios públicos
-
Relaciones afectivas marcadas por dependencia o distancia emocional
Es decir, lo que en teoría deberían ser momentos de disfrute o conexión, se vuelven escenarios de tensión y alerta. Nos cuesta relajarnos. Nos cuesta confiar. Y lo peor: muchas veces ni siquiera sabemos por qué.
¿Cómo sanamos?
No hay fórmulas mágicas, pero sí hay caminos. Aquí van algunas claves para empezar:
-
Nombrarlo: reconocer que ese bullying dejó huella. No es debilidad, es autoconciencia.
-
Buscar apoyo terapéutico: especialmente con profesionales que comprendan realidades LGTBIQ+.
-
Explorar espacios seguros: grupos de apoyo, asociaciones, redes queer, actividades compartidas.
-
Reeducar el cuerpo: a través de prácticas como el yoga, la danza o el arte corporal que ayuden a habitar nuestro cuerpo sin miedo.
-
Aceptar que la lentitud también es avance. No hay prisa por sanar. No hay un único camino.
¿Y si el problema no está solo en nosotres?
Vale, ahora hablemos de algo incómodo. En esta narrativa de “sanar heridas”, a veces se nos olvida mirar hacia afuera. Porque sí, es verdad que muchas personas LGTBIQ+ cargamos traumas del pasado. Pero también es cierto que vivimos en un mundo que sigue discriminando.
Por mucho que medites o vayas a terapia, si tu entorno sigue siendo excluyente, el dolor se reactiva. No basta con “ser resilientes”, también necesitamos espacios laborales y sociales realmente seguros. A veces el problema no está (solo) en cómo vivimos el trauma, sino en cómo la sociedad lo perpetúa.
La culpa no es tuya
Esto hay que repetirlo como un mantra: la culpa no es tuya. No eras tú quien debía cambiar en la infancia, ni ahora. La rareza nunca fue el problema. Lo fue (y lo sigue siendo) un sistema que castiga la diversidad.
Aceptar que el trauma existe es un acto de amor propio. Sanarlo, poco a poco, es un acto de revolución.
Y si alguna vez te has sentido culpable por evitar eventos sociales, por no confiar en tu jefa, o por no poder tener una relación estable, recuerda esto: estás reescribiendo un guion que no escribiste tú. Y eso lleva tiempo.
Una mirada crítica (porque no todo es blanco o negro)
Algunos expertos y activistas advierten sobre el riesgo de patologizar todas las experiencias de la infancia queer. No todas las personas LGTBIQ+ que sufrieron bullying desarrollan un trastorno postraumático, y centrarnos solo en el dolor puede reforzar una narrativa victimista. Además, no podemos olvidar que muchas han transformado esas heridas en fuerza colectiva, en creatividad o activismo. Por eso, el foco no debe estar solo en el trauma, sino también en las herramientas, en los vínculos sanos y en la posibilidad de reescribir la historia desde un lugar más libre.
¿Cómo volvemos a confiar?
No hay respuestas sencillas. Pero hay algo poderoso en saber que no estamos soles. Que otras personas queer también están atravesando ese mismo proceso de reconstrucción interna. Que merecemos espacios donde no tengamos que justificarnos todo el rato. Que el trauma no nos define, aunque haya dejado cicatrices.
Quizás no se trata de “volver” a confiar como antes. Tal vez se trata de aprender a confiar por primera vez, en nuestras condiciones, desde la dignidad y la verdad.
Y eso, amigx, es un viaje que sí vale la pena recorrer.