domingo, junio 15, 2025

🏞️ Activismo LGTBIQ+ en zonas rurales: voces desde la periferia

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Cuando se habla de diversidad, muchas veces se piensa en las grandes ciudades. Lugares donde existen asociaciones, espacios seguros, eventos del Orgullo y cierta sensación –aunque relativa– de libertad. Pero, ¿qué ocurre fuera de ese mapa? ¿Qué pasa en los pueblos, en los entornos rurales, donde las banderas arcoíris no ondean tan fácilmente?

Este artículo quiere dar voz a quienes hacen activismo LGTBIQ+ desde la periferia. Porque sí, también allí hay lucha, resistencia y orgullo.

Lo rural también existe… y resiste

Aunque la visibilidad LGTBIQ+ se ha asociado históricamente a contextos urbanos, muchas personas queer viven, aman y resisten en pueblos pequeños, aldeas o entornos agrícolas. Y no siempre lo hacen en voz baja.

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Allí, el activismo adopta formas distintas. A veces, no hay asociaciones registradas, pero sí encuentros secretos, redes afectivas, talleres improvisados o pancartas escritas a mano para el primer Orgullo comarcal.

Y eso, créenos, también es activismo. Aunque no salga en la tele.

¿Qué implica hacer activismo en un pueblo?

Hacer activismo en zonas rurales no es lo mismo que en la ciudad. Aquí van algunas realidades que le dan su propio carácter:

  • Mayor exposición personal: en pueblos pequeños, todo el mundo se conoce. Salir del armario o defender ciertos derechos puede acarrear miradas, comentarios o incluso represalias.

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  • Falta de anonimato: muchas personas viven con miedo a que su familia, vecines o jefe descubran su orientación o identidad.

  • Escasez de recursos: no hay casas LGTBIQ+, ni espacios seguros específicos, ni psicólogos especializados.

  • Desplazamientos constantes: para participar en eventos o acceder a servicios, muchas veces hay que viajar kilómetros.

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  • Soledad activista: a veces solo hay una persona visibilizada en todo el pueblo. Imagínate lo que pesa eso sobre sus hombros.

Aun así, muchas de esas personas siguen ahí. Luchando. Soportando. Proponiendo cosas nuevas. Imaginando futuros posibles donde hoy solo hay silencio.

Historias que rompen el molde

Para entender mejor qué significa ser activista en lo rural, es clave escuchar a quienes lo viven. Aquí algunos testimonios recogidos en distintos territorios del Estado español:

Sara, 27 años, Teruel:

“Cuando colgué la primera bandera LGTBIQ+ en la fachada del centro cultural, hubo gente que me dijo que era provocación. Pero una semana después, una señora mayor me dio las gracias por ‘atreverme’. Resultó que su nieto era gay y nunca lo había contado en el pueblo”.

Álex, 34 años, Ourense:

“Yo soy el ‘maricón del pueblo’, pero también soy el que organiza las jornadas de diversidad en la escuela rural. Al principio se reían, ahora me preguntan cuándo es la próxima”.

Marina, 52 años, Jaén:

“Soy lesbiana visible desde los años 90. Me echaron del trabajo una vez. Ahora tengo una librería donde vendo literatura queer. Es mi manera de seguir militando”.

No son grandes campañas ni grandes nombres. Pero cambian vidas, una conversación, un cartel o un abrazo a la vez.

Orgullos rurales: pequeños pero valientes

En los últimos años han surgido Orgullos rurales en lugares como Aguilar de la Frontera, Zafra, Ponferrada o Banyoles. Muchos de ellos organizados por colectivos de base, personas jóvenes o incluso por asociaciones feministas que integran la perspectiva LGTBIQ+.

Son actos sencillos: charlas, cinefórums, conciertos, paseos visibilizadores. Pero tienen un impacto enorme. En algunos casos, es la primera vez que una persona ve una bandera trans ondeando en su comarca. O la primera vez que una abuela pregunta qué significa “no binarie”.

¿Qué les frena?

Aunque el activismo rural tiene una potencia enorme, también hay obstáculos que no podemos ignorar:

  • Falta de financiación: los presupuestos culturales suelen centrarse en las capitales.

  • Presiones políticas: en ciertos territorios, hay un retroceso de derechos promovido por partidos conservadores o ultraderechistas.

  • Religión y tradición: todavía pesan mucho en la vida pública y en el imaginario colectivo.

  • Autoexigencia excesiva: al no haber muchas personas visibles, quienes lo son sienten que deben “representar a todo el colectivo”.

Pese a todo, siguen. Y eso es lo que convierte su trabajo en algo profundamente valioso.

¿Qué podemos hacer desde las ciudades?

Este es un punto importante. Muchas veces, desde entornos urbanos, se mira lo rural con condescendencia o paternalismo. Como si todo estuviera “por hacer”. Y no, no es así.

Desde las ciudades podemos:

  • Escuchar sin imponer.

  • Apoyar con recursos, sin suplantar procesos locales.

  • Visibilizar sin apropiarnos.

  • Hacer red, no jerarquía.

  • Denunciar cuando se vulneran derechos, sin necesidad de que haya una “sede” oficial.

Porque las luchas no se dan solo donde hay pancartas grandes, sino donde alguien se atreve a existir en voz alta.

❗Una mirada crítica: ¿y si romantizamos la lucha rural?

A veces, sin querer, caemos en la trampa de idealizar el activismo en pueblos como si fuera más puro o más valiente. Y aunque tiene su potencia, también puede ser doloroso, agotador e incluso peligroso.

Hay activistas que se queman, que se van, que abandonan porque no pueden más. Porque sienten que todo depende de elles. Y eso también hay que contarlo.

El apoyo urbano no puede ser solo simbólico. Tiene que traducirse en herramientas reales: formación, medios, alianzas, presencia institucional. No todo se resuelve con visibilidad.

Conclusión: que la periferia deje de serlo

El activismo LGTBIQ+ en zonas rurales no es “menos importante” ni “menos avanzado”. Es distinto. A veces más solitario, sí. Pero también más íntimo, más resiliente y profundamente transformador.

Quizá no tenga tanta prensa, pero tiene nombres, rostros y memorias que merecen ser contadas. Y escuchadas.

Así que la próxima vez que pienses en activismo queer, no imagines solo capitales o grandes ciudades. Piensa también en ese pueblo pequeño donde alguien se atrevió a hablar… y cambió el mundo de quien le escuchaba.

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Javier Kiniro
Javier Kiniro
Desde pequeño supe que las palabras podían construir refugios. Soy escritor, asesor de imagen, creador de mundos y soñador profesional. En Rainbow, convierto cada proyecto en una declaración de amor a la diversidad, la interseccionalidad y la belleza real. Mi gran referente es Pedro Lemebel, porque aprendí que la ternura también puede ser una forma de revolución. Dato curioso: Soy capaz de detectar un error de maquetación a diez metros… pero no sé hacer un café decente.

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