Si has visto a alguien lanzarse al suelo con dramatismo, contorsionar su cuerpo como si desafiara la gravedad o posar como si estuviera en una pasarela… probablemente has presenciado un pedacito de historia. El voguing, más que un estilo de baile, es una declaración de poder, una celebración de identidad y, sí, una revolución que ha dejado huella profunda en la música, el cine y la cultura pop en general.
Pero empecemos por el principio. ¿Qué es exactamente el voguing y de dónde viene?
Voguing: Una cultura nacida desde los márgenes
El voguing nace en el Nueva York de los años 60 y 70, en las ballrooms, esos espacios seguros donde personas racializadas LGTBIQ+ —especialmente personas negras y latinas, muchas de ellas trans— se reunían para desfilar, competir y, sobre todo, ser elles mismes. En una época en la que ser queer, racializade y pobre era prácticamente una sentencia de exclusión (y en muchos casos, de violencia), las ballrooms se convirtieron en hogares simbólicos donde las «casas» funcionaban como familias elegidas.
El estilo de baile conocido como voguing se inspira en las poses de las revistas de moda, especialmente Vogue (de ahí su nombre), y se caracteriza por movimientos angulares, precisos y muy expresivos. Pero esto no era solo estética: era política. Cada pose, cada duckwalk, cada mirada desafiante era una forma de resistir, de decir “aquí estoy y no me vas a borrar”.
De los clubs al mainstream: el gran salto del voguing
Durante mucho tiempo, la cultura ballroom fue algo muy underground, muy de nicho. Hasta que llegó Madonna. En 1990, la reina del pop lanzó su single “Vogue”, inspirado directamente en los balls y en los movimientos del voguing. Aunque el videoclip (dirigido por David Fincher) y la canción pusieron el término en boca de todes, también abrió un debate que aún hoy sigue vivo: ¿se puede visibilizar una cultura sin apropiarse de ella?
A partir de ahí, la presencia del voguing empezó a crecer: coreografías en videoclips, desfiles de moda, programas de televisión. Artistas como Beyoncé, FKA Twigs, Rihanna o incluso Rosalía han incorporado elementos del ballroom en sus shows o visuales. ¿Es esto homenaje o explotación? No siempre hay una respuesta clara.
La gran pantalla también se deja llevar
En el cine y la televisión, la influencia ballroom ha sido igualmente poderosa. Documentales como “Paris Is Burning” (1990) pusieron en el mapa esta cultura, aunque también generaron controversias por quién se llevaba el crédito (y el dinero). Años más tarde, series como “Pose” (FX, 2018–2021), creada por Ryan Murphy, Steven Canals y Brad Falchuk, dieron un paso más allá al contar historias reales protagonizadas por personas trans negras y latinas, muchas de ellas con experiencia directa en los balls.
“Pose” no solo visibilizó una época devastada por la crisis del VIH y el racismo institucional, sino que elevó a estrellas como MJ Rodriguez, Dominique Jackson o Billy Porter a un lugar que, hasta entonces, Hollywood les había negado.
Y más recientemente, hemos visto el fenómeno de “Legendary” en HBO Max, una competición de vogue houses que ha mezclado el formato reality con la esencia pura del ballroom. Un poco más edulcorado, sí. Pero con impacto, sin duda.
¿Moda pasajera o revolución cultural?
El voguing no es solo una tendencia estética ni un “baile cool”. Es una herencia viva de lucha y creación colectiva. Es la base de una cultura que ha influido en géneros musicales como el house, el electro, el pop y hasta el hip hop, aunque no siempre se le haya dado el crédito que merece.
También ha aportado al lenguaje visual del videoclip, desde los planos y cortes hasta los vestuarios y escenografías. En muchos casos, sin que el público general sepa de dónde viene todo eso que está consumiendo. Ahí es donde entra la importancia de la memoria cultural.
Una mirada crítica necesaria
Ahora bien, no todo lo relacionado con el auge del voguing y la ballroom culture en los medios es motivo de celebración. Hay quienes señalan que esta visibilidad a veces es superficial, reducida a una estética sin contexto. Grandes marcas, artistas cishetero o productoras blancas han capitalizado una cultura que nació de la exclusión. ¿Dónde están les verdaderes pioneres en esos espacios? ¿Se reparte el pastel o solo se saca provecho de lo que “vende”?
El reto está en encontrar un equilibrio entre el reconocimiento y la apropiación. Porque si una cultura llega al mainstream pero sus creadores siguen sin acceso a recursos, a visibilidad o a derechos básicos… algo no cuadra.
Legado, presente y futuro
Hoy, el voguing y el ballroom no solo viven en videoclips o pasarelas: están en TikTok, en talleres de danza urbana, en campañas publicitarias, en playlists de Spotify. Pero también siguen vivos en las calles, en los balls clandestinos, en los centros comunitarios, en cada joven queer que encuentra en esa expresión artística una forma de resistir, de brillar y de sanar.
Y aunque algunas personas lo descubran hoy por primera vez, este universo lleva décadas latiendo con fuerza. Quizá el mejor homenaje que podemos hacer es escucharlo, entenderlo y protegerlo.
Porque al final, el voguing no va de encajar. Va de romper moldes. De caminar como si el mundo fuera tuyo, incluso cuando parece que te lo niega.