sábado, junio 14, 2025

Stonewall: la historia detrás del Orgullo LGTBIQ+

📝 Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de quien lo firma y no reflejan necesariamente la postura de Revista Rainbow. Asimismo, Revista Rainbow no se hace responsable del contenido de las imágenes o materiales gráficos aportados por les autores, colaboradores o colaboradoras.

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Todo comenzó en una cálida madrugada del 28 de junio de 1969, en un pequeño bar del barrio neoyorquino de Greenwich Village: el Stonewall Inn. No era un local glamuroso ni tampoco legalmente aceptado. De hecho, era uno de los pocos espacios donde las personas del colectivo LGTBIQ+ podían reunirse sin (demasiado) miedo a ser perseguidas. Aquella noche, como tantas otras, la policía irrumpió con una redada. Pero, a diferencia de veces anteriores, la gente no se quedó callada. Esta vez, respondieron.

¿Por qué Stonewall fue diferente?

En los años 60, la homosexualidad era criminalizada en gran parte del mundo. Las redadas eran habituales y se producían con total impunidad. Quienes no encajaban en la heteronorma –personas trans, no binarias, lesbianas, gays, trabajadoras sexuales o simplemente quienes desafiaban los estereotipos de género– eran marginadas, violentadas o directamente ignoradas por la sociedad.

Lo de Stonewall no fue la primera revuelta. En EE.UU. ya se habían producido manifestaciones en Filadelfia o San Francisco. Pero lo que ocurrió en Nueva York esa noche fue distinto. Duró varios días. La rabia acumulada se desbordó. No solo por ese momento, sino por todo lo que venía detrás: años de humillación, de represión, de invisibilidad. La comunidad dijo “basta”.

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Quiénes estaban al frente

Aunque la historia oficial ha tendido a blanquear o simplificar los hechos, lo cierto es que fueron principalmente personas trans racializadas quienes lideraron la respuesta. Figuras como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, ambas activistas trans y racializadas, jugaron un papel clave. No eran figuras cómodas para la prensa o los movimientos más asimilacionistas de la época, pero su valentía ha marcado generaciones.

Stonewall no fue un episodio aislado: fue una chispa. Una que encendió un movimiento global. Un año después, en 1970, se celebró la primera Marcha del Orgullo en Nueva York, Chicago y Los Ángeles. Y desde entonces, cada mes de junio se conmemora en cientos de ciudades alrededor del mundo.

De la protesta al Orgullo global

Hoy, más de cinco décadas después, muchas ciudades celebran el Orgullo LGTBIQ+ con desfiles multitudinarios, carrozas, música y reivindicación. Pero el camino no ha sido fácil, ni está exento de contradicciones.

Stonewall simboliza un antes y un después. Pasamos de la clandestinidad a la visibilidad, del miedo al activismo, de la vergüenza al orgullo. Pero también nos obliga a hacer memoria. Porque el Orgullo no nació como una fiesta, sino como una revuelta contra el sistema.

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Y, sobre todo, fue y es un recordatorio de que la lucha sigue. En muchos países, las personas LGTBIQ+ siguen enfrentándose a leyes discriminatorias, violencia sistemática o falta de derechos básicos. Incluso en los contextos donde se han logrado avances legislativos, la transfobia, la bifobia y la homofobia social continúan muy presentes.

¿Qué queda hoy del espíritu de Stonewall?

Es fácil pensar que Stonewall pertenece al pasado. Que hoy, con avances como el matrimonio igualitario, leyes de identidad de género o visibilidad en medios, todo está hecho. Pero, ¿es así realmente?

Muchas voces dentro del colectivo cuestionan el rumbo del Orgullo. Se habla de «pinkwashing«, de cómo grandes marcas utilizan la bandera arcoíris para vender productos sin comprometerse realmente con los derechos del colectivo. También hay tensiones internas: ¿Quién queda fuera del relato? ¿Qué pasa con les mayores LGTBIQ+? ¿Y con las personas migrantes, racializadas o en situación de pobreza?

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Es importante no olvidar que el Orgullo es –o debería ser– un espacio político. Un momento para celebrar, sí, pero también para exigir, para visibilizar, para incomodar si hace falta.

Una memoria viva

Hablar de Stonewall es hablar de historia viva. De una historia que se sigue escribiendo cada día. No solo en Nueva York, sino también en Madrid, en Ciudad de México, en Buenos Aires o en Kampala. Donde haya alguien que resista, que ame libremente, que exija respeto, ahí está el legado de Stonewall.

Pero también es una historia fragmentada, incompleta, muchas veces contada desde una única perspectiva. Por eso es fundamental escuchar todas las voces. Las que estuvieron en la primera línea, las que han sido silenciadas, las que vienen ahora con nuevas formas de entender el activismo.

¿Y si el Orgullo también excluye?

Parece una contradicción, pero no lo es. Algunas personas del colectivo sienten que el Orgullo actual no les representa. Que ha perdido su carga transformadora. Que se ha vuelto superficial, elitista, blanco, cis, comercial. ¿Dónde queda la radicalidad que impulsó Stonewall? ¿Y qué pasa cuando las instituciones que antes reprimían ahora se suman a la fiesta sin reparar en su propio pasado?

No hay respuestas simples. Pero sí muchas preguntas necesarias. Porque el Orgullo, como cualquier movimiento social, debe revisarse, adaptarse, cuestionarse. Solo así seguirá teniendo sentido.

Stonewall hoy: un símbolo que interpela

Cada vez que recordamos Stonewall, no estamos haciendo arqueología. Estamos haciendo presente. Porque el derecho a existir, a amar, a expresarse libremente, sigue sin estar garantizado para todes. Y aunque la forma del activismo ha cambiado, su esencia sigue viva: resistir para existir.

Quizá por eso Stonewall duele, pero también inspira. No fue una historia perfecta. No fue un milagro. Fue una noche de rabia, de cansancio, de coraje. Fue un punto de inflexión. Y ese espíritu sigue latiendo en cada marcha, en cada pancarta, en cada beso robado al miedo.

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Julian L.
Julian L.https://revistarainbow.com
Soy periodista porque creo que las noticias deben abrazar a quien nunca tuvo voz. Vivo entre titulares, manifestaciones y cafés compartidos. Me inspiro en Pedro Lemebel, y sueño con haberle entrevistado en otra vida. Mi pluma intenta contar el mundo como podría ser, no solo como es. Dato curioso: Mi récord personal son 12 cafés en un solo día cubriendo el Orgullo… y aquí sigo, vivito y coleando.

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