El 8 de agosto de 2025, el medio Público publicó una noticia que ha encendido el debate dentro y fuera del Partido Socialista Obrero Español (PSOE): la comisión federal de ética y garantías ha emitido una resolución prohibiendo a sus cargos electos y orgánicos añadir la Q+ a las siglas LGTBI cuando hablen en nombre del partido.
Una decisión que, aunque parezca solo una cuestión de letras, despierta preguntas mucho más profundas: ¿qué significa dejar fuera lo queer?, ¿quién decide qué identidades merecen visibilidad?
Qué significa la Q y por qué importa
Dentro del paraguas de las siglas LGTBIQ+, la Q representa lo queer, un término que en su origen fue un insulto en inglés (“extraño”, “raro”), pero que el activismo recuperó con orgullo para resignificarlo. Hoy, lo queer engloba identidades y expresiones de género y sexualidad no normativas que no se sienten cómodas dentro de etiquetas cerradas.
En otras palabras, lo queer no es un cajón desastre: es un espacio de resistencia, un lugar donde caben las personas que transitan, cuestionan o rompen las categorías establecidas. Aquí entran quienes no se identifican con los géneros binarios, quienes viven su orientación de forma fluida, o quienes entienden que su identidad no necesita ser validada por etiquetas tradicionales.
Quitar la Q del discurso institucional no solo es simbólicamente doloroso, también tiene consecuencias reales: si no se nombra, no existe. Y si no existe, se invisibiliza.
La invisibilización no es inocente
En política, las palabras importan. Las siglas importan. Y las ausencias, aún más.
La decisión del PSOE llega en un contexto en el que el reconocimiento de las personas queer sigue siendo un frente abierto: desde leyes que no contemplan realidades no binarias, hasta discursos que reducen la diversidad a un “ama a quien quieras” que deja fuera cuestiones de género, expresión e identidad.
Para la comunidad LGTBIQ+, esta decisión suena como un paso atrás. No porque un partido político sea el garante de nuestras identidades —eso lo defendemos nosotres mismas—, sino porque la institucionalidad tiene un altavoz que influye en el imaginario colectivo. Si ese altavoz decide no pronunciar lo queer, manda un mensaje: “esto no es relevante”.
El paraguas queer: más amplio de lo que crees
Bajo el término queer encontramos una pluralidad que no siempre es comprendida. Es un concepto que abraza la ambigüedad, que celebra la fluidez y que rechaza que todo deba tener una definición rígida.
Algunos ejemplos de personas que pueden identificarse como queer:
- Quienes se sienten cómodos en la indefinición de su género o sexualidad.
- Quienes combinan elementos de distintas identidades y expresiones.
- Quienes no encajan en etiquetas como gay, lesbiana, bisexual o trans, pero sí forman parte de la diversidad sexual y de género.
- Quienes viven su identidad de forma cambiante a lo largo del tiempo.
Lo queer no es una moda ni una invención reciente: es una respuesta política y vital a los sistemas que pretenden encasillar a las personas en categorías fijas.
Una letra que molesta a algunos
¿Por qué la Q incomoda tanto? En parte, porque cuestiona la idea de que todo debe estar definido, clasificado y validado por una autoridad. Lo queer habla de autodeterminación radical, y eso no encaja bien con ciertos discursos políticos que prefieren la diversidad “ordenada” y “comprensible” para el gran público.
Además, la Q recuerda que el colectivo no es homogéneo, que no todo es arcoíris, matrimonio igualitario y fotos en redes. También hay personas en los márgenes, y esas personas tienen derecho a ser visibles.
Perspectivas críticas y preguntas abiertas
Es cierto que, desde una óptica interna, un partido puede decidir unificar su comunicación para evitar “confusión” o “mensajes no consensuados”. También es cierto que las siglas LGTBI están más extendidas y reconocidas socialmente que LGTBIQ+. Pero aquí la cuestión es: ¿debe la comodidad comunicativa estar por encima de la visibilidad?
Y una pregunta más incómoda: ¿qué otras identidades podrían quedarse fuera mañana con el mismo argumento?
El peso simbólico de la decisión
No se trata solo de política partidista. La Q es una reivindicación que ha costado décadas de lucha y orgullo. Borrarla de un discurso institucional es borrar la memoria de activistas, artistas, pensadores y personas anónimas que han hecho del término un refugio para quienes no encajan en ninguna otra etiqueta.
La historia demuestra que lo que no se nombra, no se protege. Y en un momento en el que los discursos anti-diversidad crecen en distintos países, ceder terreno simbólico puede abrir la puerta a retrocesos más graves.
Una letra que vale más que su peso tipográfico
La Q no es una moda ni un capricho. Es un recordatorio de que la lucha por los derechos LGTBIQ+ es también una lucha contra las etiquetas que nos aprisionan. Quitarla es, para muches, un intento de encajar la diversidad en moldes cómodos para quien ostenta el poder.
Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos es: si la Q incomoda, ¿no será precisamente porque es necesaria?