La palabra incel proviene de la contracción de involuntary celibate (célibe involuntario), y se refiere a personas —en su mayoría hombres heterosexuales— que se definen a sí mismas como incapaces de mantener relaciones sexuales o afectivas a pesar de desearlo. Aunque esta afirmación pueda parecer inofensiva o incluso dar lugar a empatía, la realidad tras este movimiento es mucho más oscura. En los últimos años, la subcultura incel ha ganado notoriedad por estar vinculada a discursos misóginos, actos violentos y comunidades digitales en las que el odio se propaga como pólvora. Pero, ¿qué relación tiene todo esto con la comunidad LGTBIQ+?
El núcleo de la ideología incel: control, frustración y violencia simbólica
Para comprender el vínculo entre el mundo incel y las personas LGTBIQ+, es necesario primero entender su lógica interna. En su forma más radical, la ideología incel parte de una visión del mundo profundamente patriarcal: las mujeres son consideradas como responsables del rechazo masculino, y se las reduce a objetos sexuales que “deberían” estar disponibles. Esta narrativa, lejos de ser marginal, se alimenta y reproduce en foros, redes sociales y canales donde se crean auténticas cámaras de eco que validan la frustración y promueven teorías conspirativas sobre el feminismo, la “decadencia moral” de Occidente, y —cómo no— sobre las personas LGTBIQ+.
La comunidad incel comparte muchas ideas con otras corrientes del extremismo digital, como la manosfera, los redpillers, y ciertos sectores del alt-right. En este ecosistema, todo aquello que se aleja de la norma cisheterosexual es visto como una amenaza: el feminismo, las identidades disidentes, y cualquier forma de cuestionamiento al poder tradicional masculino.
¿Por qué afecta a la comunidad LGTBIQ+?
Aunque a simple vista pueda parecer que los incels están centrados únicamente en sus frustraciones heterosexuales, lo cierto es que el odio que promueven se ramifica hacia cualquier identidad que desafíe las estructuras clásicas de género y sexualidad. Desde foros como 4chan o Reddit (antes de sus prohibiciones parciales) hasta canales en Telegram y plataformas menos moderadas, el discurso contra las personas LGTBIQ+ está muy presente.
Se nos acusa de «corromper» la juventud, de “confundir a la sociedad” o de destruir los roles tradicionales. Para muches incels, la mera existencia de identidades no binarias, hombres trans o personas queer es vista como un ataque directo a su virilidad herida. El odio hacia el colectivo se presenta como una extensión natural de su misoginia: si odian a las mujeres por no desearles, odian aún más a quienes no entran en su esquema binario.
El eco del odio en redes sociales
Internet no inventó el odio, pero sí lo amplificó. El anonimato, la viralidad y la falta de moderación en ciertos espacios permiten que discursos extremistas florezcan. En plataformas como X (antes Twitter), TikTok o incluso YouTube, el contenido incel se disfraza a menudo de humor o crítica social, atrayendo a jóvenes vulnerables. Y cuando alguien del colectivo LGTBIQ+ se visibiliza públicamente —sobre todo si es racializade, trans o con una expresión de género no normativa—, no tarda en convertirse en blanco de ataques orquestados.
Este fenómeno se ve agravado por los algoritmos que premian la controversia. Si un vídeo ofensivo genera miles de comentarios y compartidos, el sistema lo impulsará aún más. De este modo, el odio se convierte en espectáculo y el sufrimiento de nuestres compañeres en entretenimiento para las masas.
¿Qué podemos hacer?
Combatir el discurso incel desde la raíz implica actuar en varios frentes:
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Educación afectiva y sexual integral: no podemos seguir formando generaciones que ven el deseo como una moneda de cambio. Hablar de consentimiento, empatía y diversidad afectiva es esencial.
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Moderación efectiva de contenidos: las plataformas digitales tienen una responsabilidad directa en frenar la difusión de estos discursos.
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Acompañamiento emocional y espacios seguros: tanto para jóvenes cishetero que puedan sentirse solos, como para personas LGTBIQ+ que sufren violencia online.
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Fomentar referentes positivos y representaciones diversas: visibilizar historias fuera del binarismo, mostrar afectos queer saludables y modelos de masculinidad no tóxica.
No se trata de censurar, sino de cuidar. De construir una cultura digital más ética, donde disentir no signifique destruir, y donde el dolor de una persona no se convierta en broma viral.
Una visión crítica: ¿victimización o polarización?
Al hablar de los incels como una amenaza, corremos el riesgo de simplificar demasiado. No todes quienes se identifican con esa etiqueta están radicalizades, y es cierto que en la base del fenómeno hay una herida real: la soledad, la presión social, la imposibilidad de cumplir con ideales inalcanzables de belleza o éxito sexual. La pregunta es: ¿cómo canalizamos esa frustración sin convertirla en odio? ¿Qué papel juega el sistema que produce estas violencias? ¿Podemos combatir el discurso incel sin caer en la caricatura o en la polarización?
Esta reflexión no busca justificar, sino invitar a ver el cuadro completo. A veces, el enemigo no es una persona en concreto, sino la estructura que nos enseña a odiarnos por no encajar.
Un futuro queer más seguro
Como comunidad, tenemos la responsabilidad de no ignorar lo que ocurre en otros márgenes. Aunque pueda parecer que los incels están muy lejos de nuestras realidades, sus discursos se filtran en la cultura general, en memes, en comentarios al pasar, en los discursos políticos que quieren “proteger a la infancia” vetando libros o personas trans. Por eso, más que nunca, necesitamos aliades. Necesitamos redes de apoyo, medios responsables y referentes que hablen de diversidad sin miedo.
Hablar de la cultura incel no es alimentar el odio, es señalarlo. Es entender que en la lucha por nuestros derechos también tenemos que proteger nuestros espacios digitales. Y que nadie, absolutamente nadie, debería sentirse menos por no encajar en un molde que nunca fue diseñado para todes.