sábado, julio 5, 2025

Amistades queer: la importancia de la familia elegida 🏳️‍🌈

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En el universo LGTBIQ+, hay una palabra que late con fuerza: familia. Pero no siempre hablamos de la familia de sangre. Muchas veces, hablamos de la familia elegida, esa red de apoyo emocional que construimos a lo largo del camino. Personas que están ahí cuando la familia biológica no puede (o no quiere) estar. Compañeres de vida, de lucha y de fiesta. Amigues que se vuelven hogar.

¿Qué es una familia elegida?

Puede parecer un concepto sencillo, pero encierra una realidad compleja. La familia elegida es ese grupo de personas —amistades, parejas, compañeres de piso, incluso ex— con quienes compartimos afectos, cuidados, rutinas, crisis existenciales, memes por WhatsApp y abrazos de los buenos. No hay contratos ni lazos legales. Lo que une es la lealtad, la empatía y, sobre todo, la libertad de escoger a quien te acompaña.

Para muchas personas LGTBIQ+, esta red no es solo una alternativa bonita. Es una necesidad.

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Cuando lo biológico no basta

No todo el mundo crece en un entorno donde puede ser quien es sin miedo. Rechazo familiar, expulsiones del hogar, violencia emocional o física, silencios que duelen más que un grito. Estas realidades siguen presentes —aunque a veces no se vean tanto en las estadísticas oficiales— y afectan de manera desproporcionada a las personas queer, especialmente a jóvenes trans, no binaries y racializades.

En ese contexto, tener una red de apoyo es, literalmente, una cuestión de supervivencia. No exageramos. Según varios estudios, el acompañamiento emocional en contextos de exclusión mejora significativamente la salud mental y reduce el riesgo de suicidio. Y en esa red, muchas veces, el primer hilo es una amistad.

Más que colegas: vínculos profundos

Las amistades queer no suelen ser superficiales. Se tejen con una intensidad que a veces puede parecer exagerada desde fuera, pero que responde a una necesidad real de pertenencia. No es raro que una amistad queer dure más que muchas relaciones amorosas. Porque hay algo muy potente en compartir una historia común de resistencia, de aprendizaje compartido, de sanar juntes.

Y sí, también de reírse en el bar, de cuidarse cuando hay una ruptura, de ayudarse con una mudanza o acompañarse al médico. Pequeños gestos cotidianos que, sumados, construyen un lazo tan fuerte como cualquier vínculo familiar tradicional. A veces, incluso más.

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Cultura y comunidad: de los ballrooms a las casas queer

Si nos asomamos a la historia, veremos que esto no es nuevo. Las “casas” del movimiento ballroom (sí, como en Pose) son un ejemplo icónico de familia elegida. En plena crisis del VIH en los años 80 y 90, muchas personas trans y racializadas fueron rechazadas por sus familias de origen. Así nacieron las casas: espacios de acogida, cuidados y pertenencia, lideradas por “madres” y “padres” queer que protegían, enseñaban y daban amor incondicional.

Hoy, esa tradición sigue viva, aunque adopta nuevas formas: desde grupos de apoyo hasta comunidades digitales, pasando por pisos compartidos que son más familia que cualquier cena de Navidad.

No todo es color de rosa: los conflictos también existen

Ahora bien, no idealicemos. Las familias elegidas también pueden tener sus sombras. Las amistades no siempre son sanas. A veces idealizamos tanto estos vínculos que ignoramos los límites. ¿Y qué pasa cuando hay dependencia emocional? ¿O cuando una ruptura de amistad se siente como un divorcio?

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Además, en algunos casos, esa red de apoyo no puede cubrir todas las necesidades que cubriría una red institucional o familiar tradicional: soporte económico, vivienda estable, cuidados prolongados… No es justo que las personas queer tengan que reconstruir desde cero lo que otrxs reciben por defecto.

La familia elegida es poderosa, sí, pero no debería ser una excusa para que la sociedad se desentienda de sus responsabilidades hacia el colectivo LGTBIQ+.

¿Y si empezamos a redefinir el concepto de familia?

Tal vez sea momento de cuestionarnos si la familia, tal y como se ha concebido tradicionalmente, sigue siendo el modelo que nos sirve. ¿Y si dejamos de entenderla como algo biológico y empezamos a verla como una constelación de afectos? ¿Y si aceptamos que el amor, el cuidado y el compromiso pueden existir más allá del apellido?

La familia elegida no solo es un refugio; también es una forma de resistencia. Es decir: “aunque el mundo no me reconozca, yo decido con quién camino”.

Una mirada crítica: ¿romper con todo o integrar lo posible?

Aunque la idea de romper con la familia biológica puede ser liberadora, también puede generar dilemas internos. No todes quieren o pueden cortar esos lazos. A veces hay intentos de reconciliación, caminos intermedios, relaciones complejas que oscilan entre el amor y el dolor. Idealizar la ruptura como única opción válida también puede ser injusto. ¿Qué pasa cuando hay personas queer que sí encuentran apoyo en sus familias biológicas? ¿O cuando no sienten la necesidad de “elegir otra”?

La clave está en permitir que cada une decida qué tipo de red necesita, sin juicios ni moldes cerrados.

Conclusión: elegirse para sobrevivir, cuidarse para vivir

Las amistades queer, esas que a veces empiezan con una mirada cómplice en un bar o un match en una app, pueden acabar siendo lo más parecido a una familia real. Una que no se basa en la sangre, sino en algo más profundo: el cuidado mutuo, la honestidad y el acompañamiento en los momentos difíciles.

No todo el mundo entiende lo que significa tener que elegir una familia. Pero quienes lo han hecho saben que, muchas veces, ahí es donde empieza la verdadera libertad.

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Sofía L.G.
Sofía L.G.
No pido permiso: ocupo espacios. Soy hija de migrantes, bisexual y agitadora de conciencias. Lucho para que ninguna voz quede atrás. Mi referente de vida es Sylvia Rivera, y cada 28 de junio le rindo homenaje con una performance callejera. Dato curioso: Tengo una camiseta de Marsha P. Johnson que ya forma parte de mi ADN

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