El presente nos trae historias que se entrelazan en distintos rincones del mundo, reflejando tanto los logros de la visibilidad como las sombras de la violencia. En Australia, el exjugador de la AFL Mitch Brown decidió hablar públicamente de su bisexualidad, un gesto que rompe décadas de silencio en un deporte marcado por la presión del machismo y los estereotipos. Su sinceridad no solo abre una puerta en el ámbito deportivo, también envía un mensaje a miles de jóvenes que todavía se sienten fuera de lugar: la autenticidad tiene poder, incluso en los espacios más cerrados.
Mientras tanto, en España, Benidorm se prepara para celebrar el 15.º aniversario de su Pride, un evento que trasciende la fiesta para convertirse en un verdadero motor cultural. Más de 20.000 asistentes darán vida a una semana de encuentros que van desde desfiles y conciertos hasta exposiciones, cine debate y la muestra “Un Altra Historia”, un recorrido por referentes LGTBIQ+ valencianos. En este contexto, la fiesta se transforma en memoria viva y en un espacio donde reivindicar que la diversidad también construye patrimonio cultural.
Sin embargo, no todas las noticias llegan con el mismo color. En Colombia, un informe reciente revela que en 2024 se registraron 175 asesinatos de personas LGTBIQ+, la cifra más alta de toda Latinoamérica. La mayoría de las víctimas fueron hombres gais y mujeres trans, y la impunidad sigue siendo la norma: apenas nueve casos tuvieron sentencia condenatoria. Detrás de los números se esconden vidas truncadas por un sistema que no protege, comunidades silenciadas por la violencia armada y un Estado que necesita reforzar de manera urgente la justicia con perspectiva de género y diversidad.
Frente a estas realidades tan contrastadas, la pregunta es inevitable: ¿qué podemos hacer? La respuesta no recae solo en instituciones y gobiernos, también en la ciudadanía que decide mirar, escuchar y actuar. Apoyar eventos de visibilidad como el Benidorm Pride, dar espacio a voces valientes como la de Mitch Brown o exigir justicia para las víctimas de violencia en Colombia son actos que, aunque distintos, comparten un mismo fin: sostener la dignidad del colectivo.
En mi opinión la acción comienza en lo cotidiano. Asistir a una marcha, compartir la historia de alguien que inspira, denunciar un discurso de odio en redes o simplemente crear un entorno seguro para nuestras amistades LGTBIQ+ son gestos que suman y transforman. La igualdad plena no se alcanza en soledad: se construye en comunidad, en resistencia y también en alegría.
Porque mientras haya quienes arriesgan su voz para abrir caminos, quienes celebran con orgullo su identidad y quienes luchan contra la violencia estructural, la esperanza seguirá latiendo. La tarea de todas, todos y todes es clara: no dar ni un paso atrás.