El lenguaje no es solo una herramienta de comunicación. Es también un reflejo de cómo pensamos, de las jerarquías sociales que aceptamos —o cuestionamos— y de las realidades que visibilizamos o silenciamos. En este contexto, el lenguaje inclusivo se ha convertido en una propuesta política, cultural y ética. Más que una moda o una corrección superficial, busca transformar las formas en que nos nombramos y comprendemos en nuestras múltiples identidades.
¿Qué es el lenguaje inclusivo?
De forma sencilla, podríamos decir que el lenguaje inclusivo busca nombrar a todas las personas, sin dejar fuera a nadie por razones de género, identidad o pertenencia social. Esto implica una revisión crítica del uso tradicional del masculino genérico, que históricamente ha invisibilizado a las mujeres, personas no binarias y otras disidencias.
Pero el lenguaje inclusivo no es una receta única. Tiene matices, variaciones culturales, límites y resistencias. Y es precisamente ahí donde empieza el debate más rico e interesante.
¿Por qué es necesario?
Aunque la gramática normativa defiende el uso del masculino como genérico universal, lo cierto es que el lenguaje moldea la percepción. Lo que no se nombra, muchas veces no se piensa. Y si constantemente usamos formas que excluyen, también reproducimos exclusión en el pensamiento y en la práctica social.
Nombrar a todas las personas no solo es una cuestión de justicia simbólica, sino también una forma de fomentar entornos más equitativos. La lengua, lejos de ser neutra, puede ser una herramienta de violencia o de inclusión.
Estrategias comunes del lenguaje inclusivo
Existen distintas maneras de incorporar el lenguaje inclusivo al habla y la escritura, dependiendo del contexto y del nivel de formalidad. Aquí te compartimos algunas estrategias comunes:
1. Uso de la “e” como forma neutra
Es quizá la opción más conocida, sobre todo en espacios jóvenes y activistas. Se utiliza para evitar el binarismo de género (por ejemplo: “les alumnes”, “todes”). Aunque no es aceptada por la Real Academia Española, su valor simbólico y político es fuerte.
2. Desdoblamientos
Consiste en nombrar explícitamente los distintos géneros: “niñas y niños”, “ciudadanos y ciudadanas”. Esta estrategia es válida, aunque puede resultar extensa o repetitiva si se abusa de ella. Aun así, permite visibilizar sin modificar la estructura gramatical tradicional.
3. Sustitución por palabras neutras
En lugar de usar términos con marca de género, se pueden buscar alternativas neutras como “la comunidad estudiantil”, “el personal docente”, “quienes participen”, etc. Esta estrategia es especialmente útil en textos formales o institucionales.
4. Reescritura creativa
El lenguaje inclusivo también puede ser una invitación a pensar fuera de lo habitual. Reformular frases para evitar construcciones excluyentes puede enriquecer el lenguaje y abrir nuevos sentidos.
Retos y resistencias
El lenguaje inclusivo no está exento de controversia. Algunas personas consideran que altera las normas del idioma o que complica innecesariamente la comunicación. Otras lo ven como una imposición ideológica. Y, sin duda, existen resistencias institucionales, mediáticas e incluso académicas.
Pero también es cierto que toda lengua está en permanente evolución. Lo que hoy parece extraño o incómodo, mañana puede ser parte del uso cotidiano. Pensemos en cómo palabras como «correo electrónico» o «internet» también generaron rechazo en su momento.
¿Es entonces el rechazo al lenguaje inclusivo una cuestión de lógica lingüística o una resistencia al cambio social que este implica?
Más allá de la gramática: una mirada política
Aceptar el lenguaje inclusivo no significa dominar todas sus formas, ni usarlas todas a la vez. Lo fundamental es asumir una actitud consciente frente al lenguaje: preguntarnos a quién estamos nombrando y a quién dejamos fuera. La inclusión no pasa solo por una letra, sino por una intención ética y política.
En este sentido, el lenguaje inclusivo no es un fin en sí mismo, sino un medio para construir relaciones más igualitarias. Puede abrir caminos para nombrar experiencias diversas, para legitimar otras formas de ser, y para incomodar estructuras que ya no representan la complejidad de nuestras sociedades.
Una mirada crítica: ¿realmente transforma el lenguaje inclusivo?
Aunque el lenguaje inclusivo ha generado avances en visibilización, también enfrenta críticas legítimas. Hay quien plantea que, si no va acompañado de políticas concretas y transformaciones sociales reales, corre el riesgo de volverse un gesto vacío o simbólico. ¿Puede una palabra cambiar la realidad material de las personas oprimidas? ¿O estamos simplemente maquillando un sistema que sigue siendo desigual?
Estas preguntas no buscan desacreditar la práctica, sino fortalecerla. Nos invitan a conectar el lenguaje con la acción, para que las palabras no sean solo una declaración, sino también un compromiso.
Claves para una comunicación más inclusiva
Para terminar, compartimos algunas claves útiles para quienes quieran incorporar el lenguaje inclusivo en sus prácticas cotidianas:
- Sé coherente, pero también flexible. No todas las situaciones requieren el mismo nivel de intervención.
- Prioriza la comprensión, sin abandonar la intención de incluir.
- Infórmate y escucha a las comunidades que promueven estos cambios.
- No tengas miedo de equivocarte: el cambio lingüístico es un proceso.
- Recuerda que el lenguaje es una herramienta, no una frontera.
Nombrar también es cuidar
El lenguaje inclusivo nos obliga a mirar de nuevo nuestras palabras. No como una regla impuesta, sino como una invitación a construir un mundo más justo desde el habla. No se trata solo de decir “todes” o evitar el masculino genérico. Se trata de revisar los marcos desde los cuales entendemos el género, la identidad y la otredad.
Quizá el camino no esté del todo claro, y haya errores o tensiones. Pero vale la pena recorrerlo si creemos en una sociedad donde todes podamos sentirnos parte, también en el lenguaje.