En Marruecos, la libertad de expresión sigue siendo un terreno minado para quienes desafían las normas religiosas y sociales. La activista Ibtissam Lachgar lo sabe bien. Hace unos días, fue arrestada en Rabat tras compartir en sus redes sociales una fotografía en la que aparecía con una camiseta que decía: “Alá es lesbiana”.
Las autoridades judiciales no tardaron en actuar. Alegaron “urgencia” para ordenar su detención y abrir una investigación por presunta ofensa religiosa. Un paso que reaviva el debate sobre los límites de la libertad de expresión en un país donde la crítica a la religión, la monarquía o la integridad territorial puede costar la cárcel.
Un país con leyes estrictas contra la crítica religiosa
En Marruecos, la ley de prensa de 2002 prohíbe expresiones críticas hacia el islam, la monarquía o la integridad territorial, con penas que incluyen prisión. El Código Penal, además, prevé entre tres y seis meses de cárcel y multas para quienes “insulten” la fe musulmana.
¿Es esto protección de valores o censura disfrazada? La respuesta no es sencilla. Depende de a quién se le pregunte… y de en qué lado de la historia una se sitúe.
Ola de reacciones y amenazas en redes
El post de Lachgar encendió las redes. Sectores conservadores se mostraron furiosos: “Su libertad es un insulto para todos los marroquíes… el lugar de esta mujer está entre rejas”, escribió un usuario. Otros, sin embargo, defendieron su derecho a expresarse, denunciando el uso de leyes represivas para acallar voces disidentes.
No es la primera vez que Lachgar recibe amenazas. Ha denunciado mensajes con violencia explícita: propuestas de violación, linchamiento, lapidación e incluso intentos de demandas judiciales por “ultrajar lo sagrado”.
Una trayectoria marcada por la resistencia
Lejos de rendirse, Ibtissam Lachgar lleva más de una década defendiendo los derechos individuales y colectivos. Cofundó el Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales (MALI), organizó en 2013 un kiss-in frente al Parlamento de Rabat como protesta por la represión de afectos en público, y en 2012 apoyó la llegada del barco de Women on Waves, que abogaba por el derecho al aborto.
En un entorno tan hostil, su determinación genera tanto admiración como rechazo. ¿Hasta dónde puede llegar una persona para defender sus ideales en un país que castiga el disenso?
Lo cierto es que, mientras el caso avanza, la imagen de Lachgar con aquella camiseta ya es símbolo para algunes y provocación para otres. Lo que nadie puede negar es que ha vuelto a poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿quién decide lo que se puede decir… y lo que no?