Sí, lo sabemos. Te llega una notificación, abres Instagram, pruebas un filtro que convierte tu cara en una princesa estilo Studio Ghibli o en un héroe de anime queer, y el resultado es tan mágico que lo compartes sin pensarlo dos veces. Pero, ¿qué pasa detrás de ese momento de fantasía? ¿A qué coste estamos creando estas imágenes que se sienten tan inofensivas?
El auge de la inteligencia artificial generativa —esa que crea imágenes, voces o vídeos a partir de texto o fotos— está revolucionando las redes sociales. Pero mientras jugamos a convertirnos en personajes de película, ignoramos un pequeño gran detalle: cada imagen generada por IA consume energía. Mucha más de lo que imaginamos.
La cara oculta de la fantasía digital
No es un secreto que el entrenamiento de modelos de IA requiere un gasto energético descomunal. Empresas como OpenAI o Google utilizan superordenadores alimentados por miles de tarjetas gráficas que funcionan durante semanas (o meses) para “enseñar” a una IA cómo crear contenido. Hasta aquí, todo parece muy techie. Pero ese gasto energético se traduce en un impacto ambiental real.
Aunque generar una sola imagen tipo Ghibli puede parecer algo nimio, cuando millones de personas usan el mismo filtro varias veces al día, el efecto se multiplica. Según algunos estudios, una sola consulta a un modelo de IA generativa puede consumir la misma energía que cargar un móvil entero. Ahora imagina eso millones de veces al día, todos los días.
¿Por qué esto debería importarnos?
Porque el cambio climático nos afecta a todes. Y porque en una comunidad como la LGTBIQ+, que ha luchado históricamente por la justicia social, la justicia ambiental no puede quedar fuera del discurso. Lo queer también es ecológico, o debería serlo.
Además, la mayoría de los centros de datos donde se entrenan y ejecutan estas IA funcionan con electricidad generada a partir de fuentes fósiles. Es decir, carbón, gas, petróleo… lo de siempre. Esto significa más emisiones de CO₂, más crisis climática, más problemas para el planeta.
La paradoja: tecnología inclusiva, huella insostenible
Es cierto que muchas de estas aplicaciones y filtros permiten a personas queer experimentar con su imagen, explorar identidades diversas, y jugar con géneros sin necesidad de exponerse al juicio del mundo físico. Eso es valioso. A veces, un filtro no es solo un juego: puede ser una vía de exploración personal o afirmación de género.
Entonces, ¿qué hacemos con esta contradicción? ¿Dejamos de usar IA? ¿Volvemos a los selfies sin editar?
¿Existen alternativas sostenibles?
Por suerte, no todo está perdido. Hay formas más responsables de disfrutar de la tecnología sin cargarle todo el peso al planeta:
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Usar filtros que se ejecutan localmente (en tu propio dispositivo, sin recurrir a servidores externos).
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Evitar la sobreexposición digital: no necesitas publicar diez imágenes con el mismo filtro, quizás una sea suficiente.
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Elegir apps comprometidas con energías renovables: algunas plataformas ya están migrando sus centros de datos a sistemas más sostenibles.
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Informarse antes de sumarse a una tendencia viral. No todo lo que brilla es eco.
Además, desde colectivos queer, artísticos y ecológicos están surgiendo propuestas de tecnología más consciente. ¿Te imaginas una app de filtros desarrollada desde una cooperativa feminista que utilice solo servidores verdes? Hay gente trabajándolo, aunque todavía no esté en el mainstream.
Una industria con responsabilidad compartida
Es importante no poner toda la carga en la persona usuaria. Las grandes empresas tecnológicas deben asumir su parte. No basta con permitirnos jugar a ser otakus de fantasía durante unos segundos. Si de verdad quieren hablar de inclusión, que también se comprometan con la sostenibilidad.
Necesitamos más transparencia: ¿cuánta energía gasta un filtro? ¿Qué impacto real tiene en el medio ambiente? ¿Cómo compensan las emisiones? En este momento, estas preguntas no tienen respuestas claras. Y eso ya es un problema en sí mismo.
Y si te estás preguntando…
¿De verdad es tan grave? ¿No es peor viajar en avión o comer carne todos los días?
Sí, claro. Pero esto no va de buscar culpables ni de entrar en competiciones de quién contamina más. Se trata de ser conscientes de cómo cada gesto, por pequeño que parezca, forma parte de un sistema más grande. No se trata de eliminar placeres digitales, sino de integrarlos con conciencia. Usar menos, usar mejor, y presionar para que la industria cambie.
No todo el mundo está de acuerdo
Algunas voces argumentan que exagerar el impacto ambiental de los filtros de IA puede distraernos de problemas mucho más urgentes. Incluso hay quienes sugieren que estas tecnologías, bien gestionadas, podrían ayudar a reducir otras formas de contaminación: desde mejorar la eficiencia energética hasta generar arte sin materiales físicos. Además, prohibir o limitar su uso sin alternativas reales podría invisibilizar a parte del colectivo LGTBIQ+ que encuentra en estas herramientas una forma segura de expresión. ¿Es posible equilibrar expresión e impacto?
¿Y ahora qué?
Quizás la próxima vez que uses un filtro estilo Ghibli te lo pienses dos veces. No para dejar de usarlo, sino para hacerlo desde otro lugar. Con conciencia. Con intención. Porque, sí, el mundo necesita más magia, pero también más responsabilidad.
¿Podemos imaginar una estética digital queer que no deje huella en el planeta? Quizás no tengamos la respuesta ahora mismo, pero el primer paso es empezar a hacerse la pregunta.